Creo que ya os he contado más de una vez que cuando era pequeña mi madre, mis tías hacían ganchillo de maravilla pero que yo no fui capaz de aprender. No era capaz de manejar la aguja de ganchillo o lo máximo que me salía era una cadeneta. De ahí a la desesperación había un caminito corto. Y hay que ver las veces que lo intenté.
Y aprender a hacer ganchillo quedó olvidado.
Cuando me hice un poco más mayor se me quitaron las ganas de aprender. En casa había colchas de ganchillo, en la mesa camilla un paño de ganchillo, tapetes en los sofás, hasta en el coche y el colmo: el cubre papel higiénico también era de ganchillo. Así que se me quitaron del todo las ganas de aprender. No quería ni tener ni hacer nada de eso.
Los años fueron pasando (muchos, muchos) y volvió el gusanillo de quiero aprender a hacer ganchillo. Básicamente porque deseaba hacer estas pulseras y no lo conseguía. Evidentemente, aprendí y terminé unas cuantas. Pero con eso no me conformaba.
Entonces aparecieron en mi vida los amigurumis y fue cuando definitivamente me dije que tenía que aprender sí o sí. Me compré mi lote de agujas, mis primeras lanas sin saber muy bien qué grosor coger y a probar.
Qué dolor de dedos al principio. Parecían palos sin articulaciones.
Y el primer reto: una manta, que fui alternando con los primeros pasos haciendo muñequitos y hasta algún que otro monedero de ganchillo me hacen crecer como ganchillera e ir aprendiendo poco a poco.
Sigo sin tener tapetes de ganchillo en mi casa, ni colchas pero cuando estoy muy saturada o estresada me gusta coger la aguja, un patrón y dejar la mente libre para contar puntos y vueltas, para elaborar pequeñas ideas cuquis para regaluquis :) Un amigurumi regalado siempre saca una sonrisa de quien lo recibe.
Qué preciosidad me encanta
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias. A mí también. Es el primero de otros que están por venir. Se me está llenando la mesa de pequeños buhitos
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